¿Y dónde está la política?
Por: Marco Vinicio Jaime
El Partido
Revolucionario Institucional (PRI) en voz de su dirigencia nacional, reconoció
recientemente lo que se ha vuelto palpable con mayor intensidad de un cierto
tiempo a nuestros días: tal situación preocupante que tiene que ver con el
marcado cansancio colectivo hacia la evidente degeneración del ejercicio
político y su consecuente efecto en la administración gubernamental.
Así, no extraña
la convulsión social que se esparce por doquier y que alienta al mismo tiempo,
el descrédito –también reconocido por el Ejecutivo Federal mismo- hacia las
instituciones. Ello como resultado en gran medida de la evidente ausencia de oficio político para hacer política, no
politiquería, y en lo subsiguiente adaptarse a los cambios contemporáneos,
dejando atrás las viejas recetas de la simulación y la verticalidad en la
conducción de los asuntos públicos, y dar paso a un elemental sentido de
justicia, de legalidad y de búsqueda constante del bien común, ya no particular,
que pueda a su vez garantizar siquiera los satisfactores elementales en aras de
un Índice de Desarrollo Humano aceptable, que vale decir, en su reciente medición
por parte del organismo ex profeso dependiente de la ONU, el Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo, consideró a la Entidad con “focos rojos”, de entre
otras latitudes con características similares.
En consecuencia, la
preocupación del partido tricolor tiene sustento, y hace bien en encarar la
verdad, que es la única vía de empezar a generar soluciones de fondo, de lo
contrario, el triunfalismo será sendero directo de la debacle. Pues en las
condiciones antedichas no podría esperarse mayor resultado, que una vorágine
anárquica en la que la pelea por el poder se ha trasladado al escándalo y la
frivolidad, toda vez que al no haber liderazgos ni dirección diestra, solo
restas, ilegalidad farisaica (de “ver la paja en el ojo ajeno”), incomunicación,
lucro de las necesidades apremiantes, altercados y divisiones, hasta por parte
de propios correligionarios en las provincias, surge lo del dicho popular: “a
río revuelto, ganancia de pescadores”;
ya que no alcanzan a dar cuenta por la necedad apolítica que les impregna,
que son ellos mismos quienes han abierto la puerta a una desbocada carrera por
obtener el aplauso fácil a cambio de dar lo que se pide, de ese tan cuestionado
reparto de migajas que no atiende la raíz de los problemas, contra lo que realmente
se requiere en pro de la urgente renovación del tejido social, y así, ¿de
cuánto valor es el “rasgueo” de vestiduras?; además, en una sociedad con severos
problemas de índole moral y cultural, mayor disolución, farra y diversión sin
tregua como respuesta -todo con claros tintes electoreros-, no es buen camino,
ni siquiera para asegurarlo en cuantía sufragante, porque la migaja es temporal.
En este marco, se
acercan pues las elecciones con quizá mayores dificultades que en cualquier
otro período en términos de la propia comunicación –que brilla por su
inexistencia- y de consecuente impacto anímico en la ciudadanía, luego que ésta
ha demostrado con creces, justo es decirlo, y lo seguirá demostrando, saber
mucho más de lo que no pocos desfasados mercaderes de la publicidad electorera
creen, en su erróneo absolutismo de los monólogos fantasiosos del "todo
está muy bien, en todos", que enfrentan de conformidad, serias
dificultades para descubrir que sin la mínima dosis de congruencia y
transversalidad no es posible publicitar y sostener lo que no existe, y menos
lograr una indispensable identificación con las causas ciudadanas. Y así, cuando
se carece de oficio (del saber dar para recibir), de paciencia, de tolerancia,
de justicia y de un profundo respeto por el Estado de Derecho, para tener
autoridad moral de hacer cumplir la Constitución, no hay mayor respuesta que la
decepción colectiva: cuando se deja de creer –que es el más severo de los
juicios- y empieza una sucesión de reveces que ponen cada vez más al
descubierto la inevitable caída de un régimen que no supo entender su tiempo y
circunstancias. Por lo tanto, surge la pregunta: ¿y dónde está la política?
¿Acaso se perdió en definitiva? La política es para los políticos, y si no la
hay, el escenario correspondiente no dista de lo que estamos atestiguando.
¿Podrá cambiar? Ya lo veremos.
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